viernes, 15 de noviembre de 2024

Material de contraste - por Juan Baio

 

Material de contraste

por Juan Baio


El clamor de la avenida se opaca ni bien cruza el umbral y las puertas automáticas de vidrio grueso y polarizado de la clínica se cierran a su espalda con un leve siseo. La luz blanca de los tubos LED se extiende en todas las direcciones, aplana las superficies y mata las sombras. No queda rastro de la furiosa primavera que afuera, a sólo dos metros, hace delirar al día en un arrebato de colores vibrantes y luz.

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La recepcionista le pide la orden para el estudio y la autorización de su obra social. Le da unas planillas que debe leer y completar con una lista: afecciones previas, advertencias y contraindicaciones. Le advierte que deberá abonar el material de contraste. La juventud de su voz, su desenfado liviano, casi indolente, no se corresponde con el aspecto serio y profesional que le dan su camisa con insignia de la clínica y su sobrio y elegante arreglo de peinado y maquillaje. No le cuesta imaginarla riendo con amigas en un bar céntrico, tomando tragos fuertes y dulzones, hablando con desparpajo de amores, fiestas, proyectos, secretos, desparramando por el aire palabras cargadas de deseo que desbordan hacia las mesas circundantes, rebotan y se mezclan con otras palabras para volver como un eco transformado, inmersas ella y sus amigas y todas las personas del bar en el latido erógeno y subrepticio de la vida.

Ella lo está mirando en silencio y él supone que le habló y espera respuesta.

- ¿Disculpe?

- Te podés sentar frente a esa puerta y en un ratito te llaman por apellido.

***

Se distrae mirando fotos en el teléfono: toda una tanda del primer día en salita de tres de su hijo, hace ya dos años. Su cara de susto y recelo al principio, espiando siempre para el lado de su madre; la sonrisa encendida y permanente hacia el final de la clase, ya abiertamente fascinado y entregado a esa cosa nueva e impensada que era que hubiera tantos bebés en el mundo, todos en el mismo cuarto, todos jugando y corriendo riéndose sin que nadie los rete…

El bisbiseo informe que le llega al oído desde hace un rato se va articulando hasta conformarse nítidamente como una conversación susurrada que finalmente lo distrae de sus fotos y se impone a su atención: a un par de metros dos hombres sentados, uno escuchando abstraído la lenta letanía del otro “.. y me dijo que no me preocupe que es una precaución porque los análisis dieron bien, pero hay que mirar adentro igual, por las dudas y claro me da miedo, pero tiene razón, hay que mirar adentro si no quién sabe…” — — ¡FLORES, GUILLERMO!

Se sobresalta al oír su nombre, lanzado desde la puerta por el enfermero, y luego, al entrar al pasillo de las máquinas, permanece levemente desasosegado, con la misma sensación que se tiene al despertar en mitad de la madrugada y escuchar en las inmediaciones un cristal roto por un piedrazo.

***

El médico que le hace las preguntas mientras se cambia en el pequeño clóset tiene un fuerte acento centroamericano. Él va contestando síntomas y padecimientos previos, y por dentro se pregunta si en centroamérica, con todo su sol y sus playas y ese verano perpetuo, habrá igual personas con miedo de mirar adentro y encontrar un invierno.

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El cuarto del resonador es muy grande y hay una música sonando todo el tiempo, una especie de ritmo básico de bajo y batería, en loop. El resonador mismo es un tubo enorme de gruesas paredes, de cuyo extremo sale una pequeña camilla retráctil sobre la que se acuesta, ayudado por la enfermera que le ajusta el casco inmovilizando su cabeza en una posición. Ella le explica que la resonancia magnética tomará unos cuarenta minutos, y que en el medio de la sesión ingresará a inyectarle en el brazo el material de contraste. Que al hacerlo puede sentir algo de frío corriéndole por las venas, que no se preocupe, que el material de contraste es inocuo, es sólo una sustancia que corre por los huecos y se ilumina cuando la observan, haciendo visible lo que de otro modo pasaría inadvertido, por habitar en lo más oscuro.

***

Adentro del tubo está tranquilo, la claustrofobia no acomete demasiado. En seguida empiezan los ruidos. Agudos, graves, percutivos o tonales, pitidos y golpes secos, metralleantes, vibrantes, prolongados o fugaces, repetitivos o aleatorios. Todos nítidamente electrónicos. Cierra los ojos y se imagina una fiesta tecno. Pero no, se da cuenta que esa imagen es forzada, sólo una idea. Lo que en realidad le trae el paisaje visual y sonoro, desde el fondo de su adolescencia, es la imagen de una nave espacial en medio de un combate. Sigue escuchando, con ojos cerrados: una guerra espacial, con cañonazos láser, choque de aeronaves y chorros de plasma. Todo en miniatura; una avanzada civilización de hormigas siderales. Todo sucediendo alrededor de su cabeza enjaulada, como si dos imperios himenópteros combatieran por colonizar ese asteroide yermo pero rico en recursos minerales… en medio de estas divagaciones se adormece.

***

El informe con el resultado del estudio tardará siete días y se lo enviarán por mail, pero la imagen ya está lista en ese papel radiográfico mejorado en el que se imprimen las resonancias: ahí está frente a su vista el cerebro, el suyo, con todos sus pliegues y en diversos cortes, en una bella escala de grises con tintes azulados y violáceos.

Llega a su casa con el papelote en la mano, no hay cómo guardarlo. Abre la puerta y escucha en seguida el grito vibrante y luminoso de su hijo que ya está corriendo por el pasillo

¡Papá, hola papá! ¡Qué tarde que llegaste! ¿Y esto, una pintura, me trajiste una pinturita?

El hombre acaricia los pelos enredados de su hijo y deja que le arrebate la resonancia de las manos. El niño la explora, entusiasmado. Y juega el hijo con ese papel extraño, descubre que es transparente, que un poco se ve de un lado al otro, descubre que es un poco duro y frío y en poco tiempo descubre que si lo agita, si lo agita fuerte, hace un sonido muy especial. Y lo agita, con fuerza, feliz por el descubrimiento, mientras el hombre lo mira sonriendo y su hijo agita la resonancia una y otra vez, riendo y bailando con ese nuevo sonido tan placentero, que aún el niño no ha aprendido lo mucho que se parece al sonido de los truenos, de esos truenos que resuenan a lo lejos, llegando desde las nubes negras que engordan la cintura del horizonte y la iluminan con sus refucilos, cuando todavía no se sabe si la tormenta, en su avance, seguirá de largo, o caerá con toda su violencia rompiendo el cielo de los que escuchan y esperan.

lunes, 9 de octubre de 2023

un piso de la existencia - ars poiética

 

ARS POIÉTICA


Una base, un piso de la existencia, tocado en sueños.

Si puedo escribirlo, si puedo narrar la textura de ese piso húmedo y fresco, terroso y neutro, podré tener un lugar donde apoyar mi estar, un estar-aquí podré tener donde respirar al propio mío tranco de mi íntimo pulmón y trabajar con calma en esta tan extraña cosa que es abrir los pliegues del sonido aguzando la oreja hasta que ella misma se disuelva y se vuelva sonido incorpóreo, imagen y reflejo, flujo y reflujo de una sola cosa que es creada y creante, que se crea a sí misma al crear fuera de sí su propia escucha, que re-crea ese Afuera haciéndolo pasar enteramente a través suyo, haciéndose filtro poroso, justamente agujereado para que todo pase más y mejor. Y en ese juego sin comienzo ni fin, abolir el tiempo, la separación, la visión dual, el sufrimiento inútil.


Un piso donde apoyar mi estar, mi respirar al mío tranco

y abrir (me) al mundo

¿En dónde termina lo escuchado

y comienza lo escuchante?


miércoles, 4 de octubre de 2023

usted está aquí

 


Se va de un lugar a otro. Se parte y se llega. Siempre hay algo ya ahí. Siempre algo nos espera.
Entonces: ¿llegar llegando o llegar rompiendo?

De cualquier manera, no es lo mismo que: romper lo que no hay para partir hacia donde ya llegué sin haber ido: ningún lado, sólo la tautología zonza del que se agita moviendo mucho para permanecer siempre donde está.

USTED

ESTÁ

AJÍ

viernes, 29 de septiembre de 2023

Visita

 

 
imagen: Dolores Marat

Visita

por Juan Baio


El miedo a morir es casi universal. El miedo a estar muerto, en cambio, es más específico. Requiere una imaginación algo desarrollada. No obstante, también está bastante difundido. Personalmente lo sufría horrores…

En verdad, ahora que ya estoy muerto, la cosa es más tranquila de lo que imaginaba. Hasta diría que es una situación amable. Por empezar hay pocas interrupciones. Eso sí que lo sufría, de vivo. Estando vivo, digo. La incontrolable desopilancia del tiempo. La ausencia de un cuarto de hora enteramente propio. Ahora es más sencillo. No hay tiempo, ni espacio abierto. Sólo esto, un cuarto propio de nada ilimitada.

***

Estando así es más fácil distinguir lo esencial de lo accesorio. Lo esencial: saberme parte tuya; saberte parte mía, saberme fruto de un amor posible, no ideal, fallado, fallido y genuino.

Lo accesorio: tus límites, las formas contingentes de tus bordes ásperos, rasposos o filosos, tu insuficiencia para aprender a ver de nuevo lo que te rodea a medida que cambia y ya no se ajusta al hábito que consagraste para medir la normalidad de tus días, la regla de lo “sano” y lo “sensato”, tus berrinches abominables, tus estallidos, esos colapsos celestes, cielo astillado y esquirlas cayendo sobre mi cabeza.

 

***

Voy a visitarte.

***

Ahí estás. Sentado sobre ese sillón favorito, cómodo pero demasiado bajo para tus piernas, un poco endebles últimamente. Mirando por la ventana las nubes oscuras, la hilera de álamos, meciéndose al viento como si fueran algas inmensas agitándose al fondo de un mar pretérito atravesado por corrientes frías. Pensás en mí, me imaginás en ese espacio que se abre frente a vos tras la ventana, en ese mar imposible me ves nadando por el agua-aire, entre los álamos, sumergido y tranquilo, en ese otro mundo de sombras que se deposita sutil sobre el mundo diurno. Pensás que me extrañás, que te gustaría romper la ventana, arrojarte de cabeza al aire-agua, buscarme, tocarme, nadar conmigo.
Eso pensás.
(En esta condición descubro que una pequeña volición imaginada donde solía estar mi oreja alcanza para escuchar tus pensamientos. No te preocupes, no espío más. Quiero que hablemos en igualdad de condiciones.)

***

Otra leve volición imaginada donde solía estar mi piel, y ahora me ves, sentado a tu lado en el otro sillón. Hablamos.
Resulta más o menos así:

***

- Hola.

- Hola hijo. Estaba pensando en vos.

- Yo también. Hace un rato.

- Cómo has estado. Tus cosas.

- Bien papá. Se está bien. Tranquilo.

- Mucho trabajo… ¿?

- No se trabaja, se está nomás.

- Claro, claro. Acá estuvo haciendo buen tiempo. Ahora está horrible.

- A mí me gusta.

- Sí, es lindo. Pero viste… y lo tuyo, allá, cómo es, ¿es frío?

- Ni frío ni caliente.

- Ajá, ajá. ¿Y estás cómodo? ¿Es grande? Quisiera que estés cómodo.

- Muy cómodo. No tiene bordes.

- Ah mirá vos. Sí, sí, entiendo. Bueno, me alegra que estés bien. Quiero que estés tranquilo.

- Vos cómo estás.

- Yo bien hijito, yo bien. Tengo mis cositas, pero ando bien.

- Cositas.

- Nada importante.

- Podés contarme.

- Ya sé que te puedo contar. Pero me gustaría, la verdad, que estés acá.

- Estoy acá.

- Sí. Pero así. No es lo mismo.

- No, lo mismo no es.

- … bueno hijito, gracias por pasar. Creo que me voy a descansar un rato.

- Papá…

- ¿Sí?

- Todo eso que se rompió... tantas veces, ¿viste? Todo eso roto, allá, no duele. No está. Sólo quedamos nosotros.

- Ah, sí. Sí, claro. Entiendo. Mirá vos qué bueno. Me alegro. Buen viaje hijo. Volvé despacio. Que descanses.






martes, 5 de septiembre de 2023

distraído y enredado por los caminos

Distraído y enredado por los caminos de una sangre densa, que acude a las sienes, ¿quizá atraída por blanco resplandor de hojas que (me) entra por los ojos para ir a dar al fondo de (mis) pálidas retinas, en dónde la llamada emerge hacia una sangre que venga, que acuda pronto a dar cuerpo, raíz, sustento y consistencia a este desfile de imágenes fantasmagóricas que pone a girar (mis) órbitas, órbitas en órbita hacia un mareo-moto impensado y difícil de nombrar, porque se compone separándose, como el deseo mismo y sus dos polos o aspectos, Eros y Tánatos, la canción infinita que produce la modulación de tantas situaciones tonales sobre las que el aspecto se desliza, de aquí para allá, nuevamente y siempre, todo se desliza y a veces el tránsito es lento y palpitante y a veces es velocísimo y desconcertante, desamparante, alucinante, disgregante, y cuando todo se ha por fin disgregado: ¿qué hay detrás?... ?